por Mauricio Pizard
A Laura Rosano la conocí primero yendo a escuelas con Food Revolution y luego, con Slow Food. Es una persona muy enérgica y coherente, vive como piensa y trabaja por cambiar las cosas que no le gustan. Se mueve, por ejemplo, por la alimentación saludable de los niños, por el etiquetado de transgénicos o el desarrollo agro-ecológico. Tiene una chacra en San Luis donde se enfoca, principalmente, en la producción de frutos nativos; ha editado recetarios con ellos y también produce cerveza artesanal a partir de estas frutas. Le pregunté un par de cosas para conocerla mejor.
-El domingo 3 a las 14 h Laura Rosano dará una charla en Garage Gourmet sobre su Segundo Recetario de Frutos Nativos.-
– Contame un poco de tu vida en Holanda.
– Nos fuimos en el año 2005 a Suecia; Lautaro era un bebé, nos quedamos 3 años en Lund, ahí nació Nahuel y después, nos mudamos a Holanda donde nació Tabaré. Regresamos en 2006 a Uruguay.
En Suecia aprendí el idioma, hice un par de cursos de cocina para practicarlo y me dedique mucho a mis hijos que eran muy chicos. Disfruté mucho esa etapa de madre, era re joven, tenia 23 años cuando nacio Lautaro y a los 25 ya tenia a los dos. Fue una de las etapas más lindas, como que maduré de golpe. Cuando tenía el sueco más o menos dominado, nos mudamos a Holanda y fue comenzar todo de nuevo, pero esta vez no esperé aprender el idioma para trabajar. Lautaro tenía 4 años y Nahuel 2; era hora de salir de casa. Así que busqué en el diario un restaurante que fuera español o portugués, encontré uno que necesitaba un cocinero -se llamaba la Rioja-. Llamé por teléfono y la persona que me atendió era italiana. Así comencé a trabajar en Holanda; trabajé en la Rioja y en otros restaurantes del mismo dueño, un holandés que no hablaba español pero que su hermana, la encargada, lo hablaba muy bien. Así que el primer tiempo sin hablar holandés ya estaba trabajando, y también iba a la escuela a estudiar el idioma, para entenderlo porque Lautaro comenzaba su educación. Trabajé hasta el ultimo día antes de venir para Uruguay, con pausas por maternidad cuando nació Tabare, y combinada con Ale que trabajaba 2 días en casa y libraba los lunes. Teníamos un día libre para la familia porque yo trabajaba 4 días en el restaurante y siempre los fines de semana. Funcionó muy bien. Cuando Lautaro y Nahuel comenzaron la escuela -Montesori- comencé a trabajar como voluntaria en su huerta y con talleres de cocina. Me encantaba, y fue la mejor forma de hablar holandés, con mi super acento.
– ¿Cómo fue empezar de nuevo en Uruguay?
– Volvimos, yo primero con los niños, a buscar escuela, acomodar nuestra casa en el Pinar, esperar la mudanza, y Ale quedó en Holanda trabajando. Vino a los 3 meses pero estuvo los dos primeros años trabajando para Holanda, así que viajaba mucho, hasta que mudó la oficina a Sao Paulo y los viajes no eran tan largos, de apoco fueron mas espaciados, y se quedaba mucho más tiempo en Uruguay.
La chacra Ibira Pitá la compramos en 2007 y en 2008 plantamos los primeros arboles. Recién en 2010 nos mudamos para vivir en ella. Fue uno de nuestros primeros sueños; casi nos compramos una chacra en Holanda y nos quedamos allá, por suerte nos pudimos volver.
– ¿En Holanda se imaginaban en una chacra agroecológica?
– Sí, el sueño de tener una chacra siempre estuvo, pero había que crecer como pareja, después como familia y concretar ese sueño. Siempre la imaginamos así como está ahora: llena de flores, arboles, vida.
– Sos cocinera y una comprometida con la alimentación. ¿Por qué militas?
– Siempre milité, cuando era gurisa estaba en la federación de estudiantes de secundaria, eramos los hijos de la dictadura, asi que imaginate. Luego seguí militando políticamente pero me decepcioné muy rápido de la política partidaria. Sigo militando sin partido, pero con las mismas convicciones e ideales de siempre. Yo quiero ser consecuente con lo que pienso, creo en el trabajo de a uno, voy a una escuela y planto un huerto, cocino con los gurises, les muestro opciones, porque estoy convencida de que los cambios se hacen así. Pensar en el medio ambiente es algo que hago y lo practico, trato de aportar desde mi rol de educadora, productora, cocinera; mostrar que se pueden lograr cambios chicos, cambios diarios y que, si todos los hacen, se va a notar y mucho.
– ¿Cómo te imaginás la comida en el futuro?
– Creo que tenemos oportunidad de salvar la comida del futuro, porque comida hay y sobra, la cuestion es cómo se produce, cuánto se desperdicia y cómo se reparte, y ahí está toda la clave. Hay que dar herramientas para que todos podamos acceder a la comida, pero no por asistencialismo, hay que saber plantar, cocinar, preservar las semillas, y de esa forma estaremos teniendo una verdadera soberania alimentaria. Cuando hablo de plantar, las huertas comunitarias en las ciudades son una gran forma de hacerlo, y con esto no estoy diciendo que sólo vamos a comer lo que plantamos. Tenés el conocimiento, tenés respeto por la tierra, por la planta y por la gente que planta esa comida para que vos la comas. Es algo básico, es educación.
– ¿Cómo llegás a los frutos nativos? ¿Cuál es tu favorito y cómo te gusta prepararlo?
– Los frutos es un proyecto que tengo en mi cabeza desde que vivía en Holanda y cuando llegué me puse a investigar. Tanto me apasioné que ahora los planto. A través de los frutos también crecí en mi profesión y descubrí una nueva, que es ser productora agro-ecológica, en la que aprendo día a día.
Mi fruta preferida es el guayabo y la pitanga: un gazpacho de pintanga, un rosca de guayabo, el vinagre de guayabo o las cervezas de arazá, guayabo y butia son una delicia.